julio 07, 2016

El velero

"Sailing by the Shore" de Leonid Afremov.
 
Velero que jamás se aleja, como dice un poeta. En la quietud del mar, o en su furia, él sigue ahí. Tiene miedo a la soledad, abrazó a una mujer y la hizo su ancla. Un descuido sostenido le hizo olvidar que su fuego crispaba muy dentro de su cuerpo, cubierto de la investidura de una suave musa. El corazón de ella ya no sabe qué hacer. Quiere mudarse. Quiere permanecer. Pero él ahí, siempre ahí.

Ella, sentada en la orilla y envuelta por la luz del atardecer, siente cómo el viento tibio le eleva su cabellera y la enreda, y alza sus pensamientos y sentimientos. Los emancipa, los teje en el aire, hace espirales de ilusiones que vuelan de prisa para escapar a tantos miedos y sinsabores. Serpentean entre el vuelo de las gaviotas y suben y suben sin querer descender. Desde arriba, la miran a ella aún en su orilla, tendida entre la arena y el último aliento de las olas. Ven cómo abre sus ojos húmedos, y contempla su velero fiel. Que siempre está ahí.

Se cuestiona, se interpela, se culpa, se vuelve loca. Llora. Por qué querer huir de tanta constancia. Por qué de pronto tanta necesidad de riesgo. Y se responde, porque conoce bien todos los porqués y sabe qué hacer. El temor la ronda y la aturde, pero la inmensidad del mar la invita y la enajena. Se siente seducida por la libertad de sus olas, la fuerza que hay en sus entrañas, su espíritu bravío y majestuoso. Su misterio.

Y ella mira su velero, que la observa ahora taciturno y con ojos dolidos. Presiente lo peor, pero sigue igual ahí. Siempre ahí.



julio 03, 2016

E L L A

"Suzy" de Edwin Holgate

Ella ya no pudo más. La asfixia se le subió a la mirada. Ya que importa si se le nota. Es la turbulencia que atraviesa su corazón desde hace meses, y que pretende hacerla despertar del letargo mientras aún tiene tiempo. Es la ilusa y posible recompensa de poder volar aún más alto y liberar la presión volcánica que siente en su piel y que ella insiste en ocultar a pesar de la implosión que le hace cerrar los ojos. Porque ellos siempre la delatan.

La cabeza gacha, la soledad en sus brazos, la tardía respuesta a sus urgencias, la compasión que necesita. Cómo es que llegó a ese punto. Cómo se puede pasar la vida bajo el efecto de esa anestesia que es la estabilidad y la costumbre. Cuánto coraje hace falta para liberarse e ir tras lo desconocido. Quizás más del que hoy siente. Probablemente lo suficiente cuando despierte y vea de nuevo al sol. O a lo mejor nada luego de que la razón le vuelva a tender la trampa…



abril 09, 2016

Me hizo suya

Oratoire Saint-Joseph en Montreal. Foto: Javier Picco.

Emigrar es como un trabajo de parto que dura meses. Te ilusionas, te preparas, te desprendes… y vuelas. Renaces. Una buena mañana despiertas en un nuevo cosmos, no tan íntimo ni tan conocido, ni tan tuyo. Pero si observas cuidadosamente tu vida hasta ese gran salto hacia otra tierra, casi podría asegurarte que cada día vivido y cada mínimo suceso estaban hilándose con una seda invisible para conducirte hacia esa nueva experiencia. A lo mejor son cosas mías, pero quizás no.

Comienzas a caminar por otras calles que tienen nombres en otro idioma, que tienen un significado para muchos, pero no para ti. Te lanzas a explorar veredas, bulevares, plazas, estaciones de trenes. Necesitas poder ubicarte porque ni siquiera distingues el norte del sur. Lo que sí diferencias es tu valía, tu gallardía y tus ganas. No pasa mucho tiempo antes de que te des cuenta de que esa es tu mejor arma. Por muy habituados y seguros que se vean los lugareños, nadie puede igualar ese arsenal de seguridad y de arrojo que llevas contigo.

Te rodean nuevos códigos, expresiones, acentos, olores. Hasta el color de luz del cielo es distinto. Pero te sientes pleno. El parto fue largo, pero al fin puedes llenar tus pulmones de aire de libertad y de futuro, y respirar, respirar, respirar… hasta que en tus ojos solo se lea esa paz.

Tiempo después, en cierto punto de ese bendecido renacimiento, caes en cuenta de que el nuevo espacio es cada vez más tuyo. Tu apertura se fundió con tu sentido de la curiosidad, y como resultado de esas ansias de conocer y de descubrir, empezaste a abrazar nuevos referentes. Y la ciudad también se sintió honrada con tu presencia y te reconoció como parte de ella.

Yo camino Montreal. Pudiera mejor decir: Yo conduzco en Montreal. Pero caminarla me llena de gozo. Es tan amable, tan humana, tan bohemia, tan imperfecta, tan charmante! Me informo sobre ella y voy a su encuentro. Siempre me recibe con gentileza en su mirada. No hay café, parque, auditorio, galería, teatro, oficina o rue de donde salga con desilusión. Te camino Montreal.

Y están también "mis sitios". Esos que hice mi refugio y que me dan el silencio y la armonía que a veces necesito cuando quiero ordenar mis pensamientos y mis impulsos. El Oratoire Saint-Joseph (templo más grande e importante del mundo dedicado a San José), y la Grande Bibliothèque (más que una inmensa y hermosa biblioteca, es un faro cultural y yo podría vivir en ella). Pasar delante de estos lugares o entrar en ellos me hace sentir conectada con mi nuevo universo. Los hice míos, y con ellos a esta pequeña y adorable ciudad a donde el destino tuvo el acierto de traerme.

¿Estaré para siempre en Montreal? No lo sé. Pero hoy me siento privilegiada de estar aquí, y la riqueza que me ha regalado esta metrópolis es invalorable y siento que se me sale por los poros. Y yo sé que ella también me hizo suya.



marzo 13, 2016

El ropero

Foto: Google Images

Tomé una diminuta y antigua llave, y al tocarla con mi mano sentí su rugosidad. Era mucho lo que ella podría mostrarme al abrir aquella puerta del… ropero. Un mueble hecho de madera de roble que ha añejado por décadas tantos objetos atados a tantos recuerdos. Y aquel olor. Abrirlo era dejarme envolver por el limpio aroma a lencería inmaculada y rigurosamente doblada. Aroma a olvido que provenía de los porta sombreros coloridos que flanqueaban cual guardianes el último tramo, a donde yo soñaba con llegar aunque fuese con la punta de mis dedos. También el perfume melancólico de las pocas cosas del abuelo que ella conservaba con tanta delicadeza y respeto. Y su costurero, ese sí más a la mano, porque con él zurcía roturas de tejidos y de almas.

Tu ropero, abuela. De donde te pedía que sacaras tu frasco grande, con tapa redonda y negra, de colonia Jean Naté. Me gustaba tener aunque fuese un poquito de tu propio olor, ese que se mezclaba tan dulcemente con tu toque de maquillaje, tus vestidos, blusas, faldas y pantalones, y el vaivén de tu collar largo de perlas. Ese que desprendías y regalabas al aire mientras descendías muy afanada las escaleras, y la luz gentil de las tardes entraba por aquellas inmensas ventanas para dar directo en tu pelo y hacer destellar tus cabellos de plata, que hoy son de algodón.

Tu ropero, María. Ese acorazado que me intrigaba tanto, y del que salían historias y leyendas a borbotones. Cuéntame la vida de tus cosas otra vez. Deja que me llene de niñez.


{Notas de la bloguera}

Mi mamá desencadenó este post sin proponérselo al compartir conmigo hace días una canción que representa mucho para mí, y que me trasladó feliz y nostálgicamente a los días más felices del mundo: los de mi infancia en Caracas, escuchando a la hora de la siesta a Cri Cri, y su Ropero. Veo difícil que un niño de hoy viva la inocencia en los mismos términos que yo tuve el privilegio de hacerlo en los años 80. Eso hace que atesore más intensamente mi fabulosa niñez, y que la traiga a mi consciente con placer y con frecuencia, porque es parte fundamental de mi vida y de mi plenitud.


febrero 04, 2016

Del arte y otros misterios

Es un hambre atroz la mía. Y una sed también. Una urgencia de arte, de música, de telón, de alfombra con olor a boletería, de salas exponiendo el genio creativo de tantas almas sensibles que han legado al mundo su don. Montreal sacia mis antojos. Yo amo esta ciudad.

Hace una semana quedé atrapada no sé ni cuánto tiempo delante de esta obra del canadiense Adrien Hébert:

"Angle Peel and St. Catherine"


Absorta, transportada. Detallé cada elemento, cada persona, los colores, la calle…  Una nostalgia tremenda me invadió. Como si yo siempre hubiese pertenecido a esa rutina de 1926. Tan familiar que sentía que si hacía un esfuerzo más, hubiese podido recordar una vida completa. El tema es que eso no es una novedad. Soy un alma pasada ya confesa. Una mujer que ha sabido vivir esta época magistralmente, pero que sabe que hay una atracción inexplicable que la seduce cada vez que una imagen en sepia, un verso de antaño, una galantería, un relato a caballo, un compás pudoroso, un olor floral o un sexto sentido color rosa viejo se le presenta.

Y es un secreto a voces, valga decir. Mis más íntimos afectos lo saben. Bueno… y ahora ustedes. Me llena tanto, me nutre tanto, me calma tanto el arte. Yo diría que es como un portal que se abre hacia tiempos pasados, y yo lo traspaso feliz porque sé que me lleva al encuentro de un mundo que comprendo desde mi intuición, y que siento mío.

Cuando mi vida recomenzó en Canadá hace cuatro años, yo recuperé mi acercamiento con esa parte de mí que me fascina. Esta ciudad bendita, a donde el destino me trajo, me lo permitió porque aquí se respira música y arte en casi todos los rincones. Hace poco asistí a una lectura de poesía en tres idiomas que alternaba a los poetas con la intervención de una banda fabulosa de jazz. Por diversas razones, fui sola. Mi éxtasis era tal que cerraba los ojos para dejarme llevar por el mar de sensaciones que el talento de aquella noche derramó sobre ese público dichoso.

Y también me viene a la mente mi época de universitaria, cuando visité una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, en Caracas, en donde había que descalzarse para caminar por el interior de una escultura de nombre "Blanco", y cuyo autor penosamente he olvidado. Era como un laberinto inmaculado en donde abandonarse a la pureza de nuestros pensamientos, y limpiar las experiencias agrias, era cosa inevitable.

Caracas me fue alejando de su banquete artístico, y yo no lo impedí. Me llené de temor de recorrerla, y ella, dolida, se distanció.

En fin, la experiencia de cada quien frente al arte es tan íntima y tan personal… Y, como vieron, tan intensa cuando se trata de mí. Una fascinante caja de sorpresas. Eso somos todos. Levante la mano quien no tenga un misterio qué contar.


enero 22, 2016

... Y salí

Seis meses sin dejarme salir. Sin conectar pensamientos y letras, sin que mis emociones tuvieran verbo. Demasiado tiempo. La inspiración revoloteaba no una, sino cientos de veces, como seduciéndome para que viniera aunque fuese un rato, pero la vorágine me atrapó y no tuve el carácter para darle un parado. La bulla y la algarabía crónica del 2015 me dejaron exhausta. No veía la hora de comenzar la página en blanco que recibimos cada primero de enero, porque ya sabía, lo había decretado, que este sería un año de sosiego.

Hoy pude venir, y espero poder hacerlo con la frecuencia que necesito. No importa que sea una esquina polvorienta, abandonada y en donde hable y se oiga solo mi eco. Mis gentiles visitantes seguro que ya hasta la olvidaron. Lo que me sigue dando placer es darme rienda suelta en estos párrafos. Son mi droga, mi calma y mi fortuna.

Y yo que pensé que hoy escribiría puras notas sostenidas de alegría, y así dar inicio a mi regreso. Pero que curioso… lo que me siento es nostálgica. Hasta con ganas de pedirme perdón por haberme alejado de mí misma. Porque es que, desde que me conozco, esta es la única forma de conexión conmigo que ha existido. Pero estoy perdonada. Punto y aparte.

No puedo dejar de lado mi propósito original para este primer post de esta nueva etapa de La esquina azul. Además de mi juramento casi sacro de venir con más frecuencia, es que desde hace algunas semanas he estado pensando en cuál sería mi palabra mantra para este año. Todas las que desfilaron por mi mente fueron maravillosas, pero creo que mi escogencia está hecha. Como el verbo crea, y del verbo me gusta más su forma escrita, tenía que dejarla aquí: Florecimiento.

Comencé mi vida en Canadá como una semilla caribeña que debió adaptarse a tierras frías. Y lo logré. Y comencé a echar mis raíces, y rompí la superficie para hacerme paso porque crecía y crecía con mucha fuerza. Y mi troco fue sólido y firme, y mis ramas muy numerosas, y mis hojas me cubrieron toda. El más frondoso, verde y perfecto follaje. Ahora siento que estoy lista para florecer y dar frutos. Y eso es lo que va a pasar en este 2016. Porque dar es lo que siento ganas de hacer. Aportar, crear, concebir y compartir para seguir creciendo.

Y con este post en donde salió de todo como en botica, me despido de ti hoy, mi extrañada esquina.

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